lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuando suena el cascabel


Gonzalo regresaba al hogar después de tres largos días de viaje. Era Nochebuena y su mujer estaba a punto de dar a luz. La experiencia de tantos años al volante le indicaba que no era conveniente pisar demasiado el acelerador, y las condiciones climatológicas de aquella noche no se podría decir que fueran tampoco las más idóneas para hacerlo, pero... No fue motivo suficiente para que cejara en su empeño, llegar cuanto antes al lado de su mujer y estar presente para cuando se presentara el momento. ¡Qué demonios, no era uno padre todos los días!-pensó. Una curva demasiado cerrada, el exceso de velocidad o, quizás, las dos cosas a la vez, fueron las culpables de que sus ilusiones quedaran desperdigadas en la carretera aquella fría noche de Diciembre. Nunca llegó.
Aquella misma noche del terrible accidente, nació Marta.


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El día que Lady murió, Marta recién había cumplido trece años. La perrita había llegado a casa unos años antes que ella. La vió crecer, fue su primera compañera de juegos y nunca iban a ningún sitio si no eran acompañadas la una por la otra. La falta de la figura paterna y la mala relación con Sara, su madre, hicieron que Marta volcara todo su cariño en aquel animal de raza desconocida, pero con una nobleza y un carisma de una envergadura tal, que no hubo mucho que pensar a la hora de elegir su nombre.

Marta se rebeló contra todo y contra todos. Los primeros días tras la muerte de Lady los pasaba encerrada en su propio mundo, olvidando incluso sus necesidades más fundamentales. La bandeja que su madre ponía sigilosamente con el desayuno todas las mañanas, era retirada sin haber sido tocada al llegar el almuerzo. El mismo resultado a la hora de la cena.
El médico que la había visitado, aconsejaba no forzarla. Era una fase de dolor emocional que formaba parte del duelo y que debería ceder con el tiempo, decía.

Una mañana en que Sara preparaba el desayuno para subirlo a la habitación de su hija, se vio sorprendida por la presencia de la chica en la cocina. Aunque había abandonado el pijama y se había duchado, unas ojeras profundas surcaban sus ojos negros y su piel era de una palidez casi nívea. Su aspecto enfermizo era realmente preocupante.

-¿Te apetece un café y unas tostadas?

. Si, por favor.

Sara le acercó una taza y la llenó hasta el borde. No sabía si había llegado realmente el momento de contar a Marta lo que necesitaba contarle. Temía que sus primeras palabras no fueran las más adecuadas. Su última conversación tras la muerte de la perrita, acabó con Marta dando gritos y echando a su madre de su cuarto.

Tras poner las tostadas y el tarro de mermelada al alcance de Marta, volvió a llenar su taza de café por tercera vez y se sentó frente a su hija.

-¿Cómo estás?- preguntó tras tomar un sorbo.

La chica, haciendo caso omiso de la pregunta, se concentró en untar la tostada.

Algo apareció en la mano de Sara después de buscar en uno de sus bolsillos. El pequeño cascabel brillaba ahora encima de la mesa como si tuviera luz propia .

Marta quedó con la tostada en el aire y tras unos segundos, la depositó con violencia en el plato. Cogió el cascabel y estalló en sollozos. Cuando ya se disponía a levantarse para abandonar la mesa, su madre la retuvo agarrando su brazo.

-Primero vas a escuchar lo que tengo que decirte. Una vez lo hagas, ya pensarás en cuál será tu actitud a partir de ahora- le dijo con toda la firmeza de la que fue capaz.

La tensión se palpaba en el aire. Sara era consciente de que ya no había marcha atrás. Tras su confesión, Marta reaccionaría o caería en el pozo de nuevo. Deseaba con todo su corazón que ocurriera lo primero. Respiró hondo y comenzó a hablar.

-Te duele aún el mero hecho de ver y tocar el cascabelillo de Lady. Señal inequívoca de que aún no has aceptado su partida. Y te entiendo, créeme que te entiendo.

Ya más tranquila y tras tomar otro sorbo de café ya helado, continuó.

- El cascabel de Lady perteneció con anterioridad a Hugo, el perro que ya traía papá cuando nos casamos. Cuando murió, papá lo guardó en un cajón y no volvió a sacarlo hasta que no transcurrieron cinco años. Tres años tenía Lady cuando papá decidió colgarlo en su cuello. Decía que era el mayor error que había cometido, esconder un objeto que representaba un recuerdo tan bonito y que era absurdo intentar ocultar un sentimiento. Era mucho el tiempo que había tardado en darse cuenta de que la presencia de Hugo estaba representada en el sonido del cascabel. Cuando Lady corría y lo agitaba, papá sonreía y pensaba en su fiel amigo, sentía que estaba junto a él de nuevo.

Marta no miraba en ningún momento la cara de su madre. Pasaba el pequeño objeto de una mano a otra, acariciándolo una y otra vez. Ya no lloraba, se la veía tranquila. Sara aprovechó para continuar.

- La vida continúa, por mucho dolor que nos produzca la partida de un ser querido. Papá perdió a Hugo, yo... - la voz se le quebró un poco pero enseguida volvió a sonar firme- yo lo perdí a él, y ahora... tú pierdes a Lady. Pero el más ínfimo detalle, el más bonito recuerdo, hace que siempre estén con nosotros. el día que la perrita murió, sentí que se repetía la historia. El cascabel quedaba de nuevo huérfano. Significó mucho para tu padre que al ver a Lady, veía a Hugo. Posteriormente al morir tu padre, su sonido cuando Lady se movía, hacían que sintiera muy cerca de mí a mi marido. Ahora te toca a ti. Piénsalo, de tí depende- extendió la palma de su mano abierta hacia Marta-. Me devuelves el cascabel y lo escondemos en un cajón, o lo llevas contigo y volvemos las dos de nuevo a la vida.

Marta se llevó las manos al cuello y tras soltar el broche de su cadena, pasó cuidadosamente el cascabel por ella. Se levantó y se dirigió a su madre que la ayudó a cerrarla de nuevo. Madre e hija se fundieron en un abrazo.

-Gracias, gracias por todo. Y perdóname-fue lo único que Marta acertó a decir.

Las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas y abrazó a su madre con más fuerza.


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Hoy es Nochebuena. Sara ultima detalles. Todo está preparado para la cena. Marta cumple treinta y cinco años. Treinta y cinco años han pasado desde aquella fatídica noche en que Gonzalo perdió la vida por querer estar junto a ella. "¡Qué difícil la vida, qué injusta!", susurra Sara mientras recoge un mechón rebelde que se ha soltado de su moño perfectamente elaborado para la ocasión. El timbre de la puerta la hace salir de sus pensamientos.

-Abuela, ¡feliz Navidad!- un chicarrón tan alto como su padre coge a Sara por la cintura y, alzándola en el aire, comienza a girar con ella.

-Vas a marear a la abuela, loco.

Tras él, su nieta mayor. vivo retrato de su madre. Su yerno, que estampa un sonoro beso en su cara y la obsequia con un ramo de rosas rojas. Y, finalmente, Marta, su Marta. Radiante, enfundada en un traje negro azabache que realza aún más su figura. En su mano, una botella de vino es alzada victoriosa. La otra mano sube a su cuello delicadamente. En él descansa su mejor joya, su más preciado tesoro. Su brillo sólo puede ser comparado al de la estrella que anuncia el nacimiento de Jesús. Al tocarlo ligeramente, el pequeño cascabelillo tintinea y comienza a sonar. Marta levanta su mirada hacia arriba y sonrie. Luego, mira a los ojos emocionados de su madre.

- Feliz Navidad, mamá. 

La puerta se cierra; no falta nadie. La cena se enfría. Comienzan a sonar los primeros villancicos. 









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