viernes, 19 de diciembre de 2014

La Reina que no quería envejecer

Cuenta la leyenda que hace muchos años en un lejano país, vivía la reina más hermosa de todos los tiempos, junto a su querido rey y sus amados hijos. Eran felices y contaban con el cariño y la admiración de todos los habitantes del reino.
Un día casi por casualidad, cepillando sus largos y hermosos cabellos frente al espejo, descubrió una serie de diminutas arrugas en torno a sus verdes ojos. A partir de ese día, todas las mañanas corría para sentarse frente al espejo y descubria horrorizada que nuevas arrugas iban apareciendo en su lindo rostro, las ya existentes se volvían más profundas e incluso fue consciente de que pequeños círculos del color de las hojas en otoño, manchaban sus manos y brazos de porcelana.
El rey y los dos pequeños principitos ya no sabían como consolarla, ella se pasaba el día frente al espejo envuelta en un mar de lágrimas.
El rey desesperado y viendo que su esposa se iba apagando poco a poco, ofreció una inmensa fortuna en monedas de oro, para aquella persona que pudiera devolver a la reina su alegría de antaño.
Un día se presentó ante las puertas de palacio una viejecita asegurando que ella traía la solución para conseguir que la calma y la felicidad volvieran a estabilizar el corazón de su reina. El rey aunque reacio e incrédulo, viendo que era la única esperanza que tenían, dió su autorización para que la anciana fuera llevada de inmediato a los aposentos de su esposa.
Una vez a solas las dos mujeres, la viejecita se presento ante la reina como la Dama del Tiempo asegurándole que si ese era su deseo, todo aquello que la hacía tan desdichada podía hacerlo desaparecer en cuestión de minutos tan solo con un chasquido de sus dedos.Fue entonces cuando la bella señora levantó la cabeza por vez primera, y descubrió a quién pertenecía esa voz que le aseguraba el haber encontrado el remedio para sus males.
La anciana hizo que la reina se sentara frente al espejo y colocándose trás ella, posó sus huesudas y arrugadas manos sobre sus delicados hombros invitándola a que le indicara uno a uno, los motivos de su desdicha.
La reina levantó un dedo tembloroso y comenzó el ritual que inicaba cada mañana desde aquella primera vez hacía algunos años. Fue recorriendo poco a poco su rostro allá dónde aparecían aquellas horribles arrugas que hacían que su belleza se hubiera marchitado como las rosas en los jardines de palacio. Su dedo volvío a bajar de nuevo y se posó en aquellos círculos que salpicaban sus manos y brazos y que eran los culpables de que aparecieran con aquel aspecto tan sucio y desagradable.
Una vez que el ritual hubo finalizado, la viejecita con voz templada pero firme le dijo:
- Majestad, tengo el poder de hacer desaparecer todo esto que la aflige y que le causa tanto dolor y tristeza, pero antes de hacerlo, déjeme que le que explique algo ...¿Ve esas arrugas que aparecen tan marcadas junto a sus ojos? Ellas son el sello de su sonrisa de felicidad el día de su enlace con su Majestad el rey. ¿Y esos pequeños surcos que aparecen junto a su boca? Ellos son el sello del primer beso que dió a sus dos hijos cuando los tuvo en sus brazos al nacer. ¿Y esas que bajan a lo largo de sus mejillas? Recuerdan y representan cada uno de los días que usted ha reido agradecida a su pueblo las muestras de cariño que le dispensan.
Señora, permítame decirle también,que todo lo demás, incluidas las manchas en sus brazos y manos que tanto le preocupan, son señales inequívocas de que usted ha sido feliz y ha vivido muchos años, cada pequeña arruga y cada mancha, da fe de ello. Seguramente, si la señora no hubiera reido con tanta satisfación a lo largo de su vida, su rostro estaría más terso y firme, pero su corazón aparecería ajado, marchito, casi sin vida. Si yo hago desaparecer cada signo de sus años felices vividos, desaparecerán a la misma vez, los motivos que hicieron que eso se produjera. Usted volverá a lucir joven y hermosa, pero ni el rey, ni los pequeños príncipes, ni su pueblo que la quiere, podrán ser testigos de ello. Y una vez sabedora de esto, estoy aquí para cumplir su voluntad.
Nadie sabe cuál fue la respuesta de la reina, pero podemos suponerla. Cuenta la leyenda que al día siguiente se celebró un gran banquete en palacio donde acudieron todos los habitantes del reino, felices de ver a su reina riendo de nuevo a mandíbula batiente, ella, consciente de que una nueva arruga daría fe de ese día, pero sabiendo que merecía la pena. Un año más vivido junto a los suyos y los que aún faltaban por llegar.

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