sábado, 20 de diciembre de 2014

Las alpargatas viejas

Mediados de los años 50 en el bonito pueblo extremeño de Jerez de los Caballeros.
Juan estaba prendado de María, pero su timided y su poco tiempo libre a consecuencia del trabajo hacían de él un chico casi desconocido para el grupito de mocitas casaderas de aquel entonces, por lo que María le rehuía cada vez que se le acercaba y le pedía alguna pieza de baile o la invitaba a un vermut.
Poco a poco María fue descubriendo que aquel mozo alto y guapetón no le era del todo indiferente y acabó por reconocer que se había enamorado perdidamente de él. Así se lo hizo saber a su íntima amiga, una chica algo mayor que María y con más experiencia con los hombres que ella, que nunca había paseado con nadie a no ser con su hermano Antonio o sus primos Luis y Manuel. Teresa, que así se llamaba, fue la encargada de recabar toda la información posible sobre aquel muchacho que pretendía a su amiga y, una vez que comprobó que no se había oído nada malo de él, sino más bien todo lo contrario, alentó a su amiga a que aceptara pasear con él.
Poco a poco Juan se fué integrando en el grupo de los amigos de María, pero los dos jóvenes se rezagaban para compartir confidencias y miradas complices cada vez que podían.
En una de las ocasiones que paseaban los dos junto a Teresa por la calle Abajo, se oyó a Juan gritar muy fuerte:
- ¡Te quiero más que a unas alpargatas viejas, mujer!
María lo miró con la boca abierta y un calor intenso subió a su cara, encendiendo sus mejillas de un rojo púrpura. Dió una fuerte bofetada al muchacho que quedó plantado allí mismo y salió corriendo hacia La Corredera seguida por Teresa.
Cuando consiguió alcanzarla, entre lágrimas María le dijo furiosa a su amiga:
-¡ Pero tu has oído lo que me ha dicho, mira que compararme con unas alpargatas viejas!
Nadie volvió a saber nada más del muchacho en los días siguientes, era como si la tierra se lo hubiera tragado. María estaba convencida de que esa actitud sólo correspondía a que Juan no se atrevía a dar la cara por miedo a las repesalias que pudieran tomar contra él su hermano y sus primos, que ya eran sabedores de lo ocurrido.
Los meses fueron pasando y mientras María aún necesitaba el consuelo y los ánimos de Teresa y las demás muchachas, Juan lloraba en su cuarto del que se había negado a salir como no fuera para ir al trabajo. No comprendía que había dicho como para que María hubiera reaccionado así, el sólo pretendía demostrarle su cariño...
Un año y meses después, María comenzó a sonreir de nuevo aunque aún soñaba con aquel joven que le había robado el corazón y del que sin poder remediarlo, todavía seguía enamorada. Pero en su cabeza resonaba aún aquella frase tan insultante que la avergonzó delante de su amiga. Jamás perdonaría a Juan por haberse burlado de ella.
Una tarde que el grupo de amigos bajaba por la calle de Los
Ahorcados, quizás las más empinada de Jerez, oyeron decir a una chica de otro grupo que venía bajando junto a ellos:
-¡ Aaaayyy mis piececitos de oro, como sufren con los tacones, lo que yo daría ahora por tener las alpargatillas de andar por casa!
María comprendió entonces, el significado de la frase que le dijo Juan aquel día, y es que...¿ habrá algo que se quiera más, que unas alpargatas viejas, con las que te sientes a gusto y estás siempre a tus anchas!
De Juan supieron con el tiempo que se había marchado a Barcelona para trabajar, y nunca más regreso al pueblo. María, nunca se casó.

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