Un bonito día del mes de Noviembre de mediados de los años ochenta ,
en un instituto cualquiera de los muchos que hay repartidos a lo largo y
ancho de la geografía extremeña.
María cumple en el día de hoy su
mayoría de edad, y está feliz. Ya nadie a partir de ahora podrá
intervenir en sus decisiones, ella será dueña absoluta de sus actos y
podrá hacer y deshacer a su antojo, o por lo menos eso cree, habrá que
exponer el tema en casa, a ver que opina el resto de la familia.
Acaba el recreo y vuelve a clase después de haber pasado la última media
hora en la biblioteca junto a sus compañeros de equipo y al profesor de
Inglés, dando los últimos retoques a la revista del centro que ya está
lista para ser editada. Pisa fuerte y segura por los pasillos, no todos
los días cumple una esa edad en que supuestamente la gente comienza a
tomarte un poco más en serio tus puntos de vista y comienzan a
escucharte. A ver si a partir de ahora, cuando abra la boca en la mesa,
no aparece voz ninguna que la mande callar, tachándola de inoportuna y
maleducada. María está radiante, pero si su estado de ánimo no estuviera
ya suficientemente en alza, lo ocurrido hace escasos minutos en la
reunión de la biblioteca, ha sido ya la cumbre para que su cuerpo, más
que recorrer los pasillos andando, se encuentre en tal estado de
suspensión que más que andar, levite.
-Felicidades, me han dicho que hoy es tu cumpleaños.
- Sí, cumplo dieciocho, gracias.
El chico que la tiene encandilada y que es compañero en la sección de
poemas, se ha dignado diriguirle la palabra después de tanto tiempo y ha
sido para felicitarla por su cumpleaños, día redondo hasta ahora, si no
se estropea cuando llegue a casa, que eso aún está por ver, porque
ella, rebelde como la que más, ya está preparando el discurso que dará
durante la comida, ya es mayor de edad y las cosas van a cambiar a
partir de ahora, no puede ser de otra manera y cuanto antes se enteren,
mejor para todos.
Hace tiempo que se ha dado cuenta que le gusta
ese chico larguirucho, rubio como el color del trigo en verano y guapo a
rabiar, que para más inri, comparte con ella el amor por la poesía,
punto muy importante en el listón que ella misma se ha puesto, de los
chicos que tienen opción a poder obtener su amor.
Llega al aula y se
sienta en su sitio, no le apetece mucho aguantar la charla del pesado
del profesor de historia y su Paleolítico Medio, ni Superior, ni nada
por el estilo. Hoy no es día para perder el tiempo con esas nimiedades.
Se oye un fuerte golpe en la mesa y la voz de Goyo (diminutivo de
Gregorio, que no podía haber cogido mejor carrera que la de historia,
porque el solito, es el más claro ejemplo de lo que debió ser un Homo
sapiens en sus tiempos de gloria) indica a los alumnos que abran el
libro por la página tal y que comienza la clase. Furiosa pero resignada,
mete las manos debajo de la mesa dispuesta a cumplir con su obligación,
al fín y al cabo, es consciente de que a partir de ahora, se
incrementan sus derechos, pero también se engrosa la lista de sus
obligaciones.
Sus manos chocan con algo...
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